Después de 64 años del magnicidio del líder político Jorge Eliecer Gaitán, podemos observar como a través del tiempo el recuerdo y la memoria colectiva de los colombianos se diluye frente a este hecho, al igual que como ha pasado con innumerables acontecimientos, que en última instancia quedan sumidos en una soledad criminal.
A través del tiempo y tratando de revivir a los muertos, han emergido en la escena académica diversas interpretaciones frente al hecho trágico y al político o ideario gaitanista. Existen algunas miradas que apuntan hacia el análisis del populismo como un elemento clave dentro de este movimiento y la manera como sirvió para que se ejerciera un control sociopolítico desde el estado, al igual que brindó la posibilidad a los sectores denominados como populares, para que participaran en política. Estas hipótesis brindan la oportunidad de ampliar el espectro frente al conocimiento de este tema, puesto que se puede considerar como particular, dada las condiciones en que se originó; una violencia política continua desde principios del siglo XX.
La violencia como se conoce al periodo posterior al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, alcanza su mayor esplendor cuando cambia la perspectiva y la subjetividad política del país, ya que se convierte en una cuestión de supervivencia primigenia, donde en un mismo territorio bifurcado por colores mas no por ideas, corrían ríos de sangre que desembocaban en un mar de fantasmas, los cuales aun siendo etéreos continúaban no-reconociéndose, poniendo en evidencia uno de los grandes problemas de este proceso, la negación de la alteridad. Surge entonces el interrogante ¿que posibilita o produce este fenómeno?
La incertidumbre frente a la respuesta de la pregunta, permite nomadear por el universo de las ideas y posibilidades de recorridos, lo que conllevan a indagar acerca de la praxis política gaitanista, la cual ofrecía un espacio de participación exógeno, puesto que es desde la plaza pública donde la palabra tomo un lugar relevante, al expandirse y permear diversos sectores sociales, incluso a aquellos que pretendían invisibilizar lo que era visible y ante la lógica centro-periférica estatal.
A partir de esta lógica no lineal en contraposición a la monolítica estatal, genera un clima de tensión e inseguridad ante la certeza que brinda el control hegemónico; la periferia encuentra una posibilidad de convertirse en centro, en célula generadora de vida. La violencia desmedida que hemos conocido por diferentes fuentes, encierra entonces en sus entrañas un temor insondable y una inseguridad que puso en riesgo la vida.
En suma, como todo discurso implica una tensión entre alteridades o en las relaciones con el otro, desde la institucionalidad el deseo del otro es lo que se necesita captar, generando fenómenos sociales tan degradantes como los que acontecieron en la época de la violencia, que en últimas ayudaron a que los colombianos entendiéramos cada vez menos el concepto de política.
Las tensiones políticas deben convertirse en tiempos presentes, en una oportunidad para hacer otra lectura de nuestro territorio geo-político-vital, generando nuevas subjetividades en los sujetos, a través de posturas políticas más democratizantes y biopolíticas.